Manuel Acuña Narro, nació el 27 de agosto de 1849 en Saltillo, desde pequeño estuvo en contacto con las letras y se acercó a la literatura y la poesía desde sus primeras lecturas. A los 19 años descubrió su pasión por las letras y la muerte fue un factor determinante en su vida ya que su talento se catapultó después de la muerte de uno de sus mejores amigos y desde ese momento, la muerte fue un fantasma que lo persiguió. Acuña estudió en la Escuela Nacional de Medicina y ahí pasó sus últimos años como estudiante, mientras estudiaba se instaló en un sencillo cuarto marcado con el número 13 de la Escuela de Medicina, ubicada en el Centro Histórico de la capital, dicho cuarto estaba escondido entre los corredores y patios de la escuela, y había sido el hogar del poeta mexicano Juan Díaz Covarrubias y tras a su muerte, se había convertido en un lugar de encuentro para jóvenes escritores de la época, como Manuel Altamirano y Juan de Dios Peza, con quien Acuña entabló una gran amistad. En 1869, la muerte de su amigo Eduardo Alzúa lo sorprendió, inspirándolo para escribir un homenaje que sería el inicio de su breve carrera literaria, quien ese mismo año fundaría la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl, en 1871, se consagraría con el estreno de “El pasado”, obra basada en una de sus piezas dramáticas. Parecía que el éxito de su obra lo impulsaría hacia los escalones más altos pero Acuña cayó en una terrible depresión causada por diversos factores, entre ellos la crisis económica en la que estaba sumido y la imposibilidad de estar junto a el amor de su vida, la aristócrata Rosario de la Peña, de quien Acuña estaba enamorado, su dolor quedó plasmado en el poema Nocturno a Rosario, en el que manifestaba el sufrimiento que le causaba su amor, y fue así que el 6 de diciembre de 1873, se encerró en su habitación y consumió una cantidad mortal de cianuro de potasio. A la mañana siguiente, de Dios Peza lo encontró tendido en su cama y la escena guardaba una similitud poética con el texto “Ante un cadáver”, en el que el escritor mexicano describía la muerte de un sujeto desdichado. Junto a él, Acuña dejo cinco cartas, en una de ellas pedía que su cuerpo no fuera mutilado por una autopsia y el contenido de las otras cuatro cartas aún se desconoce; siendo así como a sus escasos 24 años de edad Manuel Acuña vivió de cerca la muerte y murió liberándose del dolor.
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